Mes: <span>junio 2021</span>

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Lizarbakarra, el fresno dominante

Un buen día, sin saber porqué, y siendo ya tan adulto que da vergüenza reconocer tu ignorancia más allá de mares y arenas, después de haber conocido a personas que tienen un don especial para mostrarte su mundo de árboles maestros, bosques cautivadores y delicadas cimas, comienzas a aventurarte, y perderte (muchas veces.. reconozco que es un don el que me prodigo, sobre todo cuando voy solo), descubriendo, ya no solo lugares nuevos, sino sentires nuevos, de comunión sencilla con la naturaleza, de aprender humildemente con cada paso, de calma en sendas tranquilas.

Vivimos en un entorno en el que, a nada que preguntes, o te cuenten, o leas un poco, encuentras bellos parajes, cercanos, donde tu alma, sin muchas pretensiones, se siente en paz, sosegada, y tu mente… ay, tu mente, tan veloz siempre ella, se interrumpe súbitamente, sin remordimiento, y sientes esa energía que ahora te envuelve mansamente y detiene el tiempo para ti.

Uno de esos lugares es subiendo a Lizarbakarra desde Olamuño. De primeras sigues el mismo camino que nos llevaría a Mendikute o Albiztur, pero, de repente, en un recodo del camino giras a la derecha y siguiendo una senda ya marcada por el desgaste del andar montañero, te encomiendas a una subida, corta, pero exigente, que, tras pasar por el collado de Lizarbakarra, nos llevaría a Erniozabal, pudiendo proseguir hacia Ernio por el cordal, pasando por la bella cima de Ubeltz. Sencillo, pero repleto de vistas impresionantes desde las que distingues Txindoki, Murumendi, el mar, Aiako Harriak..

Pero no necesitas que esté despejado el cielo para disfrutar de tu paseo, todo día encierra su magia, la niebla que te impide ver más allá de tus pies, la nieve que cae despacio pero te engaña y de la nada todo está cubierto de blanco, el día ventoso que te empuja por todos lados y descubres cómo bailan los árboles.

Hoy en día sigo escapando mucho a estos lares, y hace unos años, escribí (cuando aún no sabía lo que me surgía dentro) lo que me producían mis primeras escapadas en solitario a lugares donde nunca había estado y en los que no sabía ubicarme ni orientarme… en Lizarbakarra descubrí el poder de un árbol que, en medio de la nada más gris, te devuelve la cordura y la tranquilidad.

lizarbakarra, 05 de Junio, 2017

» día de retos, día de paseo solitario, de aventurarse en el monte a caminar solo.. mares ya han mojado mis pies vagabundeando con mi alma, pero mis botas siempre se embarraban en compañía, siempre el sonido del caminar del compañero, su aliento, su charla, su risa o su corazón..

perderse, perderme, primero por lo invisible, por ese muro de niebla gris que impide distinguir nada más allá de cinco metros, perderme sin querer.. para pasar al perderme queriendo, aventurando, destruyendo esa tranquilidad de saber el camino, rebelándome, queriendo andar y desandar sendas sólo para disfrutar de su belleza, de su humedad, de su silencio en el bosque vacío, sólo Ellos y yo, Ellos y yo..

orgullo que te lleva de nuevo a la senda, a querer descubrir tu cima, a querer llegar, a sentir que tú puedes, que eres capaz de llegar adonde nunca has ido, adonde nunca has visto, y sucumbir al esfuerzo, al sudor, al resoplido por la subida sin límite, sin fin.. simplemente porque no la ves, porque no está.. no está..

miras al reloj y te dices “venga, que seguro que llegas, sigue buscando, confía en ti”.. y no sé si me lo dice mi propia mente o el susurro del bosque, y continuo, buscando referencias en las sombras grises

sin saber cómo, distingues al Fresno Solitario (“ .. ¿eres tú, verdad? .. ” le digo escudriñando sus hojas y su tronco) y comienzo a abrazarlo, dejándome acoger por su abrazo húmedo, dejando mi alma cansada y agotada en su tronco, y respirar juntos, Él tranquilizándome.. “ya está, ya llegaste a mí”

intento final, sin rumbo, sin brújula, sin subir, sin bajar, simplemente pasos horizontales encadenados, en el gris manto, en los caminos del camino, saludarte un caballo diciéndote con su mirada lejana.. “sabes que por aquí no es, ¿verdad?”.. y con el reloj en la mano, pensando con cordura y sin pasión, asegurando los tiempos, decido regresar, sorprendiéndome al ver desaparecidas mis balizas en la niebla porque ahora hay haces de luz que colorean la estancia y me desconciertan, pero solo es bajar, y bajar, y rápidamente veo el camino, veo la puerta, veo el acebo.. me veo a mí..

volveré un día de luces potentes, amarillas y claras, luminosas, y llegaré a ti, llegaré.. quiero conocer tu magia «

Días más tarde volví a subir.

cura de monte, 14 junio, 2017

» cura de monte, calma mis ruidos mentales, sonido de cantos de pájaros y cencerros, brumas, sombras de sol, camino verde, solitario, la opresión del pecho que va desapareciendo, el zumbido de los grillos peleando con el de las abejas, flores que van brotando, la compañía protectora de los árboles, mariposa negra que me acompaña durante el camino (¿eres tú?), lagartijas que aparecen y desaparecen diciéndome que voy bien, esta vez sí (vuelves a estar otra vez aquí, me susurran), sonido del viento jugando caprichoso con las hojas dormidas, abrazo mullido de otra haya solitaria marcando otro camino que habrá que conocer.. gracias, gracias de nuevo Erniozabal..

florecillas azules, encantadoras, en medio de la bajada, marcando una belleza fugaz, pequeña, dulcísima, los montes que me acompañan alrededor.. no sé sus nombres, pero veo sus siluetas y me parece impresionante haber llegado aquí, envuelto en un sudor purificador, el mar de nubes de algodón blanco que se va difuminando poco a poco, mostrando el pueblo a mis pies, mostrando secretos que igual no había que conocer..

necesito un profesor para aprender.. la forma, las hojas, los tallos, los troncos, los colores, los olores.. pero también disfruto mucho de la ignorancia de no saber, de la química, de la simpleza, de sólo ver árboles, aves e insectos.. me falta mucho de eso también..

volveré a subirte una y otra vez, una y otra vez.. tu magia debe ser compartida, mis ojos no pueden añorar por mucho tiempo tus dominios.. «

Ese invierno siguiente, que comenzaba, volvimos a subir.

elurra, 15 diciembre, 2017

» arrugas de felicidad, planes inesperados, día libre con frío, lluvia, nieve, pies congelados desde el primer paso, paraguas caprichosos, senda resbaladiza, tu bautizo en Erniozabal, copos de pomposa nieve que cubren nuestros abrigos, escuchar el sonido de nuestras pisadas al inaugurar nieve virgen, manto blanco etéreo, cumbre solitaria que llena de magia el ambiente, sonido de riachuelos montaña abajo, un corzo que se muestra y cruza asombradas nuestras miradas, barro, mucho barro, barro frío, dedos helados.. felices.. troncos caídos, musgo, sombras juguetonas, niebla perfecta, bellas luces, soledad en pareja, silencio, siluetas, esquivo sol .. qué más se le puede pedir a un día que compatirlo contigo y con  la nieve recién caída? .. «

Hoy, caminamos junto al maestro, del que continuamos aprendiendo, el maestro es el amigo, el amigo es el guía, que, si le dejáis, os mostrará cómo siente él su mundo, cargado de bosques y sus seres, de montañas y sus historias, de pueblo y sus ritos. Acompañadnos en este caminar.

Árboles y plantas

Árboles singulares: El Haya de Imaz

El Haya de Imaz se encuentra en Altzo, un precioso pueblo cercano a la pequeña urbe ya casi cosmopolita en la que se ha convertido Tolosa. Podemos encontrarla cerca del caserío Oiarbide, en un paseo a escasos minutos desde esta residencia del siglo XVII. Es un árbol catalogado como Arbol Singular en Gipuzkoa desde el año 1997, y el motivo esgrimido para ello es por sus dimensiones, que son espectaculares: altura de casi 23 metros, diámetro de copa 28 metros, y un perímetro de tronco de 6,80 metros a 1,30 metros de altura. Colosal, ¿verdad? … pero para mí lo «singular» de este árbol es su historia.

Fue plantado por Manuel Antonio Imaz Garaialde, el famoso bertsolari altzotarra, el mismo año en que se casó, 1836. Si nos vamos un poco más atrás en el tiempo, vemos que en 1808 el ayuntamiento de entonces vendió este terreno (Gaztaina-Motzeta) para hacer frente a la subsistencia de las tropas que luchaban contra los franceses, siendo su nuevo propietario Juan Antonio, padre de nuestro bertsolari en cuestión. Manuel Antonio plantó este haya el año que contrajo matrimonio, incluso puede parecer que el mismo día de su boda, según reza la placa colocada a su vera por sus descendientes:

«Manuel Antonio Imaz

bertsolari altzotarrak

ezkondu zen egunean

1836ko irailaren 22an

aldatutako pago honen itzalak

elkartu gaitzala bere ondorengoak«

Y ese haya sigue viva hoy, con una edad de 185 años.

Se le conocía por “Altzoko Imaz”, y dicen de él que marchaba al campo con papel y lápiz en el bolsillo. Cuando le llegaba la inspiración, detenía a los bueyes y escribía. Según cuentan, el bertsolari cuidaba de su haya con gran mimo. En ese terreno también tenía un manzanal y una calera, y cuando llevaba estiércol para los manzanos, aprovechaba para abonar el haya en todo su contorno, arrancándole la zarza que crecía a su alrededor. Hoy en día es un precioso ejemplar de haya trasmocha (dejaremos para otro día el explicar esta técnica tradicional, el trasmochado), que en 2016 se presentó a Candidato Español a Árbol Europeo 2017 (la votación estuvo muy reñida y quedó en segundo lugar a escasos votos del vencedor).

Votaciones, datos, historia aparte, visitarlo es un goce para los sentidos. Sus largas y fuertes ramas, ramas que son troncos, te atrapan sin compasión, peinadas por los vientos que las pierden en los confines del bosque, y tu vista se detiene en los cientos de vericuetos de árbol sabio, de árbol amable, en la caricia de nacer sus perfectas hojas, en la esbeltez de su porte orgulloso, altivo … no en vano, es hija del famoso bertsolari, y no hay mayor satisfacción para un árbol que sentirse querido y mimado, el saber que somos uno con él … que somos familia.

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Osinberde, el feudo del agua

El agua es vida, el agua es movimiento, el agua es el todo necesario para seguir existiendo en este nuestro planeta. Obvio, verdad, no te estoy descubriendo nada. Su fuerza no radica solo en su necesidad, no, también viene cargada de belleza, porque es incontenible, es capaz de encontrar su propio camino, su propia inercia modifica el paisaje, lo pule y lo llena de líneas suaves, de cantos rodados perfectos, de surcos en la piedra, de saltos que desafían la gravedad, porque ella es indestructible, irrompible, sus miles de moléculas modifican cualquier entorno, incluso en nuestro interior nos transforman. Su arrullo en forma de sonido tranquiliza y pacífica nuestro ser. Y existen lugares donde esta conexión a veces supera todas las expectativas por la comunión de elementos. Uno de ellos podría ser Osinberde..

20 junio 2018, escapando a Osinberde

«… soltar amarras, pasos ligeros, ansiosos, por sumergirse en el verde y en el bosque… agua que corre y resuena ya en tu mente… adivinar la cascada y acudir presto a ella, interiorizando todo el sendero de luces de hayas, y de sombras de quejigos, que te lleva a descubrirla… despojarse de las vestiduras y zambullirse en el congelado lecho de agua pura, cristalina, mágicamente perfecta… brazadas rápidas y vuelta a la superficie de rocas, también verdes, respirar aire cálido, emanar vapor vigorosamente, y de nuevo al agua, enérgicamente, llegando esta vez al torrente, palpar la fuerza del agua, mantener a flote tu aliento y dejarte fluir, siendo tú, ella, el entorno, y la incomparable sensación del bosque solitario que sólo habla contigo…

de nuevo sentado semivestido en tu verde e inmaculada orilla… me invaden las lágrimas de la belleza, del silencio verde (no tengo miedo ni de desgastar su apropiado adjetivo), del sobrecogimiento al inspirar, del superarte el momento que estás viviendo… ¿por qué nunca podré yo ser esta belleza? … los minutos pasan como las oraciones de un retiro necesario… se me escapan de las manos estas cortas horas que me permiten abrazar haces de luz en mi acogedor refugio, mis ojos brillan humedecidos al comprender que soy finitud, pasión, amistad, paternidad, mar, arroyo, collado … abrazo, beso, enseñanza, sonrisa, montaña, bosque… soy error, ensayo, hipótesis, aforismo, frase, mirada, gesto… soy lo que me permita escaparme de todo aquello que use para definirme a mí mismo, aquí, en Osinberde…«

Si quieres seguir visitando los alrededores, puedes acercarte al Centro de Interpretación de Arkaka. Es zona de agua, de vida, de verde.. de paz. Respira, cierra los ojos y siente su murmullo que calma, que apacigua.

Árboles y plantas

Árboles singulares: El Roble de Ondategi

ROBLE DE ONDATEGI

Las enormes ramas del soberbio roble se abrían en todas las direcciones, en una sutil invitación a cobijarnos bajo su telúrica sombra. Su enorme tronco, se alzaba orgulloso de su esencia centenaria, dispuesto a fundirse en un atávico abrazo interminable con nuestra alma errante. Un sinfín de texturas, de tonos, de armonía en sus formas creaban un espectáculo impresionante, un espectáculo que tan solo la naturaleza es capaz de crear.

Allí plantado en mitad del prado, el roble de Ondategi ha sido testigo mudo de cientos de historias, de gentes, de guerras y romerías, testigo mudo de lo que somos.

BELLEZA

Este impresionante árbol se eleva en la campa de Sarragoa, en las afueras del concejo alavés de Ondategi, perteneciente al municipio de Zigoitia. Entró a formar parte de la categoría de árboles singulares de especial protección en el año 1997, esta categoría la creó el Gobierno Vasco tras un estudio, para la salvaguarda de determinados ejemplares que necesitaban de esta especial protección.

El de Ondategi es un roble pedunculado, este termino hace referencia al rabillo de sus bellotas, también son conocidos con el nombre científico de “Quercus robur”, el término “quercus”, parece ser un vocablo de origen celta que significaría “árbol hermoso”.

BELLOTAS

Y no andaban mal encaminados los celtas, por cierto, el roble era uno de sus árboles más sagrados. La hermosura del roble de Ondategi es sobrecogedora, una hermosura hechizante, que de alguna misteriosa forma atrajo durante años, y sigue atrayendo, a quienes hemos acertado a vagabundear bajo su copa. Hasta que la guerra civil española lo impidió, cada 10 de agosto, se realizaba una tradicional romería amenizada con bailes bajo su copa.

EL IMPRESIONANTE ROBLE

Las medidas del roble impresionan, su altura ronda los 20 metros, y su diámetro de copa los 30 metros, su perímetro los 4,9 metros a una altura de 1,3 metros desde la base. La forma del roble es adehesada, ya que sus bellotas alimentaron tanto a animales como a humanos. Hoy una valla de madera protege al viejo roble, para que, durante muchos años, siga compartiendo con nosotros su sabiduría ancestral. Su sabiduría labrada por el paso de los siglos, pero también por el paso de las gentes, que durante siglos se han dejado seducir por su magia, y que, de alguna misteriosa forma, son también parte del roble.

ROBLE DE ONDATEGI

Como verán, razones le sobran al roble de Ondategi para formar parte del catalogo de árboles de especial protección, esperemos que de resultado. Mientras acerquémonos a Ondategi, acerquémonos a charlar con el viejo árbol, él está allí esperando a que nos sentemos respetuosamente a su sombra, esperando a compartir con nosotros toda su atávica esencia.

Etnografía

Majadas pastoriles, joyas etnográficas

MAJADA DE OIDUI

Los muros pétreos de la vieja chabola resisten a duras penas el paso del tiempo, de la ignorancia y de la dejadez. Testigos mudos de un mundo en vías de extinción, aguardan a que nos acerquemos a su sombra, para relatarnos quedamente, las viejas historias de la montaña.

Y es que no sería posible casi ni imaginar, como serían las hermosas montañas que tanto amamos, sin la presencia de, tal vez, los últimos representantes de un viejo oficio que hunde sus raíces en el neolítico, el pastoreo. Figuras indivisibles de nuestros telúricos parajes, el pastor con su vara de avellano, acompañado de su fiel perro, oteando sabiamente el horizonte, mientras custodia su rebaño de ovejas. Herederos de un impresionante mundo en el que se unen sabiduría tradicional, conocimientos de la naturaleza que les rodea, observación meteorológica, y un ancestral modo de ver y entender la vida.

PASTOR HILANDO

Las majadas pastoriles son auténticos tesoros etnográficos, que aún hoy, con los lógicos cambios que la modernidad impone, podemos saborear. Un autentico libro abierto hacia nuestro pasado que podemos disfrutar con la tranquilidad del tiempo, charlar con los pastores, beber de su arcaica sabiduría.

Un elemento fundamental en el pastoreo, son las majadas, conozcámoslas un poquito más. En ella se recoge el rebaño durante la noche, y es el lugar en el que, aun hoy en día, el pastor vive durante los meses calidos. Suelen estar ubicadas en lugares al cobijo de los vientos, acurrucadas en las vaguadas de las montañas, y cerca de alguna fuente o manantial. Generalmente suelen constar de una o varias chabolas para la habitabilidad del pastor, y una serie de añadidos como la huerta, el redil, la propia cuadra para las ovejas, o las chabolas de los perros. También era común tener un apartado destinado al gallinero y otro en el que se criaba algún cerdo. Un recinto particular era el llamado “gausarea”, un gran cerramiento con muros de piedra, donde se guarda el rebaño cuando acechaba el lobo.

MAJADA EN ARALAR

Las chabolas se construían con muros de mampostería, tenían techumbres vegetales de hierba sujeta con ramas entrelazadas, las puertas de acceso eran bajitas y en algunas, dos troncos se cruzaban en tijera sobre ellas. Esta antigua costumbre de cubrir las chabolas de las majadas con techumbres vegetales, hunde sus raíces en lo más profundo de nuestras viejas costumbres, se creía que el uso de la teja simbolizaba propiedad, y siendo chabolas comunales como eran, no se concebía el uso de la misma. Eran tiempos en los que la solidaridad y la ayuda mutua eran fundamentales para la supervivencia en la dureza de estas montañas, y estas chabolas eran imprescindibles para estos antiguos montañeses. Tal vez una bonita lección para el hombre actual, habitante de un mundo totalmente individualista. Por motivos prácticos se fue perdiendo poco a poco esta costumbre y se impuso el uso de la teja para las techumbres. Chabolas de techumbre vegetal se dan en otras culturas atlánticas como los bellos “teitos” de Somiedo, en Asturias, las “pallozas” gallegas como sucede en O Cebrerio, o en los antiguos castros gallegos y asturianos.

CHABOLA EN EL CASTRO DE SANTA TECLA, GALICIA
BRAÑA EN SOMIEDO, ASTURIAS

En las majadas, aún hoy, no suelen faltar un buen número de árboles, bajo los que sestean los rebaños en los días calurosos. Hayas, nogales y sobre todo fresnos, uno de los grandes árboles sagrados de la tradición europea.

El fresno es un árbol que alcanza una altura considerable, a la vez que posee unas profundas raíces. Estas características le han llevado a ser considerado como un árbol “intermediario”, por estar en contacto con el subsuelo, morada de genios y de las almas de los antepasados, y con el cielo, morada de las deidades. El fresno tiene, además una función, practica, ya que es un árbol que atrae los rayos, evitando de esta forma que caigan en la chabola. Su forraje es muy apreciado por las ovejas, y se les suele podar cada 2 años.

REBAÑO DE OVEJAS

El interior de la chabola del pastor, solía ser de planta rectangular, los huecos de los muros, se rellenaban con barro para evitar la entrada del aire. El suelo era de tierra prensada o de madera, hoy ya suele ser de loza o cemento. La puerta de la chabola daba acceso a un recinto donde se desarrollaba la actividad del pastor, se llamaba “estalpea”, y allí es donde estaba el fuego bajo y los enseres del pastor, tanto para cocinar como para la elaboración del queso. También algo de mobiliario para uso cotidiano, como una mesita o algún banco. Se accedía a otra sala llamada “kaamaña”, mediante una puerta baja. En ella es donde dormía el pastor, en un camastro antiguamente fabricado con brezo, además tenían una “kutxa” o cofre para guardar la ropa. Finalmente y separada de la anterior con un muro de enramada de fresno, se localizaba otra estancia llamada “gaztategi”, donde se almacenaban los quesos en estantes de madera, y que contaba con un ventanuco abierto a la fachada norte, para el secado de los mismos.

MAJADA DE OIDUI

La entrada de la chabola, se solía orientar en una componente Este o bien Sureste, mirando al levante, quizás resquicios de antiguos cultos solares. La chabola solía presentar numerosos elementos de carácter protector, como cruces de madera, “eguzkilores”, imágenes de Cristo, medallas o estampas de santos, así como ramos de fresno o espino, en una impresionante simbiosis cultural. Las solían colocar los propios pastores cuando subían a la chabola en primavera para protegerse de rayos, incendios,…

UTENSILIOS PASTORILES

Pocas majadas quedan hoy tal y como las hemos descrito, pero sin duda alguna, todas ellas guardan, el poso, la esencia de una vieja cultura nacida en las montañas.

Corramos antes de que la desidia las destroce, escuchemos su susurro ancestral, sabio, seremos testigos de la tradición, de la historia, de la belleza.

Rutas

RUTA: Calzada de Enirio, el secreto de los jentiles

CALZADA DE ENIRIO

El suelo enlosado, nos contará las milenarias historias de todos aquellos que por ella han transitado, desde tiempos neolíticos. Nos hablaran de pastores, mercaderes, ejércitos, peregrinos, paseantes,…

Pero también nos contaran las antiguas leyendas de los jentiles, los arcaicos gigantes moradores de la montaña. Sabremos de los secretos telúricos de este bello sendero, de su belleza, de su armonía, de sus encantos salvajes y libres.

Les proponemos esta bellísima ruta, en la que disfrutar de esta sobrecogedora calzada milenaria, su poso quedará en nuestras almas vagabundas de viento y hojarasca.

Rutas

RUTA: Cromlech de Oianleku, el misterio del megalito

CROMLECH DE OIANLEKU

Un impresionante crómlech, se acurruca en el lindero del hayedo trasmocho. Un megalito que guarda los secretos de nuestros antepasados, esperándonos a que nos acerquemos, sin prisa, a saber de su atávico misterio.

Un paraje hechizante nos aguarda, cargado de mitos, de energía, de belleza, de historia, de armonía.

Les proponemos una sencilla ruta para descubrir todos los encantos del viejo crómlech, del bosque, del paisaje y del paisanaje, les esperamos.

Árboles y plantas

Eguzkilore, culto solar de nuestros ancestros

EGUZKILORE

Una hermosa flor en forma de sol adorna el viejo portón del vetusto caserío. Allí clavada en las rancias vigas de madera de roble, cumple su función protectora de la casa y de sus moradores.

La hermosa flor en forma de sol encierra en su núcleo velludo la esencia de la arcaica cultura de la montaña. La esencia de las leyendas de quienes nos precedieron, contadas al amor de la lumbre en las largas noches invernales, mientras sonaba el chisporroteo del tamboril repleto de castañas.

La hermosa flor en forma de sol, se empeña en mantener, casi colgando de un último y débil hilo, las viejas tradiciones de nuestro pueblo, que van evaporándose frente a nosotros poquito a poco, escurriéndose como el agua entre los dedos de las manos, victimas de un mundo desbocado.

La hermosa flor en forma de sol, nos susurra quedamente, las arcaicas costumbres, usos, ritos, leyendas, que nos hablan de una forma muy concreta de ver y entender la vida, de una manera de vivir que fue fundamental para nuestros mayores.

VIEJO PORTON DE UN CASERIO

Muchos de los pueblos antiguos, utilizaron las plantas y árboles con diversos fines, alimentarios, prácticos, curativos, rituales, incluso mágicos. Algunos de estos usos se han perdido en el baúl del tiempo, de algunos no queda ni el recuerdo, otros han sido conservados, afortunadamente, en libros, tratados o museos, y algunos aún hoy se siguen realizando, si bien, generalmente, con un objetivo distinto al que fueron concebidos, pero se mantienen al fin y al cabo. Aprovechemos esta ocasión, no dejemos que los viejos usos de nuestros mayores queden como meros inquilinos de museos, toquémoslos, sintámoslos, transmitámoslos a nuestros hijos, no dejemos escapar la esencia de la tradición.

Una de estas plantas, cuyas tradiciones, aún hoy perduran, es el “eguzkilore”, la flor del sol. Se trata de la flor seca del cardo silvestre (Carlina acaulis), oriunda de Europa Central, y que puede llegar a darse en latitudes como Suecia o Noruega, e incluso en Islandia, lo que nos habla de su resistencia a climas fríos, en la Península Ibérica, la encontramos en el País Vasco, Cantabria y en el área pirenaica. Al “eguzkilore”, le gustan las montañas, le gusta arraigar y crecer en prados y pastizales, y su momento de floración se da entre junio y septiembre. La denominación carlina le viene de una leyenda, que nos cuenta como los ángeles enseñaron al emperador Carlomagno a utilizar la planta para combatir la peste que asolaba a su ejército.

EGUZKILORES Y CRUCES EN LA CHABOLA DE OIDUI, ARALAR

El “eguzkilore” es la representación del sol, su  nombre así nos lo indica, “eguzki” (sol), “lore” (flor), su uso, es un vestigio de un antiquísimo culto solar, que nos ha llegado desde muy lejos en el tiempo, quizás desde el neolítico. En este símbolo se mezcla el culto solar con antiguas creencias vinculadas a las plantas y a los árboles, tan importantes en las culturas antiguas. En las ancestrales creencias vascas, tanto el sol como los árboles eran tenidos por deidades, eran, por tanto, pilares básicos de las tradiciones y la mitología de nuestro pueblo. Para el calendario tradicional el año se organizaba en dos partes, dividido por los solsticios de verano e invierno, el primero cristianizado bajo la advocación de San Juan Bautista y el segundo por la Navidad. En ambas fechas se realizaban ritos en los que el uso de las plantas, el fuego y el agua eran primordiales. Las plantas adquirían un carácter protector, en el solsticio de verano, aún hoy, se siguen recogiendo determinadas hierbas que adquieren importantes cualidades preventivas en esta noche mágica de San Juan. Es costumbre, en esta misma fecha, colocar en las puertas cruces hechas con ramas de fresno, uno de los grandes árboles mágicos de las culturas antiguas, para prevenir del rayo así como se decorar las entradas con ramas de espinos, fresnos o avellanos, con igual pretensión protectora. Aun hoy podemos sentir estos antiguos usos paseando por las calles de nuestras localidades en la mañana del día de San Juan y disfrutar de las calles enramadas en un hermoso guiño a nuestra tradición. El espino se utilizaba además colocando ramilletes de este árbol en las lindes de las heredades, los pastores de la zona de Donibane Garazi (Saint-Jean-Pied-de-Port), ubicado en la antigua Navarra de Ultrapuertos, recogían las púas de este hermoso árbol para sus uso como preventivo.

ESPINO BLANCO

En lo relativo a nuestra pequeño “eguzkilore”, Su uso esta directamente vinculado con la protección de las casas de las brujas y malos espíritus. Cuando contemplamos un “eguzkilore” en los dinteles de las puertas de nuestros viejos caseríos, o en las bordas de  nuestras montañas, contemplamos un rito arcaico como el tiempo, un símbolo cargado de un ancestral sentido protector, dejemos entonces que la flor del sol nos susurre sus secretos, su porque, su razón de ser. Las viejas historias de nuestra mitología nos cuentan, a su modo, el motivo por el que se colocaban “eguzkilores” en las puertas, dicen así:

“Las brujas, que pretendían acceder al interior del hogar, debían contar cada minúsculo pelillo que tiene la flor en su centro, antes de poder entrar en la casa. Esta tarea era sumamente costosa, y el amanecer las sorprendía en plena tarea, con los primeros rayos del sol, las sorgiñas debían dejar el lugar apresuradamente y esconderse en sus antros, por lo cual no podían acceder al interior de la vivienda.”

ANTIGUOS SIMBOLOS PROTECTORES

Actualmente, el “eguzkilore” se ha mercantilizado en pegatinas, llaveros y todo tipo de joyería, su uso ha variado enormemente, pero de alguna manera, quiero pensar que se mantiene su ancestral sentido. Cuando, aunque sea inconscientemente, sentimos el deseo de colgarnos un “eguzkilore” al cuello, ponerlo en nuestros coches, o simplemente colocarlo en los dinteles de los caseríos, como hicieron durante siglos nuestros mayores, estamos conectando con nuestro yo mas arcaico, mas antiguo y profundo, con nuestro ser de alguna manera, primitivo. Tal vez aun guardemos en lo mas profundo de nuestro hipotálamo, la esencia de nuestras antiguas creencias, esas que quedaron lejos en el tiempo, tal vez sea una vieja conexión con la tradición, o tal vez sea sencillamente una ancestral unión con la naturaleza, al fin y al cabo, pienso que somos eso, naturaleza.

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Mendikute, el castillo silencioso

20 de Junio de 2017, silencio en el bosque

«hoy el bosque está callado, en silencio, como apagado, ni los pájaros canturrean sus alegres melodías matutinas… callado como yo, solitario, queriendo los dos estar en silencio, recogidos… igual tuvo una mala tarde, como yo, por el bochorno y el calor explosivo sin brisa, sin paz…

una ardilla roja me desnubla en el hayedo mágico, las mariposas que menos mal que no dejan de acompañarme en este ya Mi Camino

subo rápido para no pensar, me siento un rato para descansar… para reflexionar, y me dejo enfriar por el viento constante, las hojas de los árboles se mueven como se mueve mi alma, no saben para dónde moverse, qué viento las domina, qué viento me domina… igual por eso subo rápido, para que mi corazón explote y se aleje…

miro mis botas sucias, siento mis pulmones ensanchándose, mi ojos que quieren llorar, quieren, pero no pueden, son incapaces…

aparte de abrazar hoy al haya y al fresno, hoy he acariciado también a la montaña de piedra, su lisa superficie, su fuerte y bella presencia…

el abedul enrevesado y el pájaro que juega conmigo a esconderse entre sus ramas, entre sus hojas…

los cuervos graznando, agresivos, en bandada, queriendo traerme malas nuevas, atrayendo malos augurios… pero rápidamente se acaban esos estúpidos pensamientos influídos por años de erróneas imágenes

hoy no hay nubes que oculten, hoy se divisa el mar esperanzador, todo el mar, los montes santificadores, todos los montes, trescientos sesenta grados de vista generosa… serpientes de asfalto que estropean el entorno, canteras que asesinan montañas, pueblos que invaden todo… mas las vistas son tan sobrecogedoras que todo lo pueden, y diviso tanta solemnidad y paz, que solo puedo también quedarme quieto y callado, deleitándome con lejanos horizontes que hoy me traen calma, hoy me traen puro silencio…»

El paseo hacia Mendikute puede completarse por distintos desvíos que nos vamos encontrado en el camino (incluso para llegar a los restos del castillo tenemos que abandonarlo): podemos continuar hasta Albiztur, alargar más hasta Bidania, y si queremos subir, podemos remontar por el collado de Lizarbakarra, alcanzar Erniozábal, y si prolongas por el cordal, Ubeltz, la famosa cumbre de Ernio… tú decides la senda.

Bosques

Hayedo de Gorriti

Carretera que lleva de Gorriti a Uitzi. Carretera estrecha, que se va alejando poco a poco del pueblo, y que, sinuosa y rápidamente, se integra en el hayedo, dejando la mayor parte de él al flanco derecho, es como si lo atravesara. En ese mismo lado existen distintos apartaderos donde dejar el coche.

Y ya está; es bajarte y te insonoriza la mente la lluvia.

Y ya está; es entrar al hayedo y acariciarte mullidamente la bruma.

Todo es gris y verde. Un gris que envuelve y acaricia. Un verde que brilla, húmedo, que vuela.

Entre el despertar de sentidos, y el apagón de pensamientos absurdos que circulan alrededor de nuestra mente, llegas a un estado de concentración innata que tenemos olvidado. Ves como esa rama se ha movido ligerísimamente por el vuelo escondido de un cantarín pajarito (saber reconocerlos no es una de mis potencialidades). Escuchas como las ramas charrasquean rompiéndose mucho más allá de tus callados pasos. La senda es toda tuya, es lo grandioso de este elegante hayedo de Gorriti: está deshabitado de humanos muchos días del año. Se te regala la senda, que serpentea jugando con el cauce de los distintos riachuelitos que bajan perpendicularmente a ella. Continuas, adentrándote más y más en la vital hojarasca que rodea majestuosamente a las hayas. Todas son increíblemente bellas, diferentes, caprichosas, únicas… como ella, la que un día jugando descubriste, incorporándose al cajón de tesoros de tu sensible corazón.

Recuerdas el día que la conociste, desnuda por el invierno, un día de sol frío, antes de que comenzase a vestirse con su traje de hojas tiernas. Y te cautivó con delicada inmediatez, con la firme convicción de no haber visto una igual. Los niños, listos ellos, se habían acercado a jugar en sus aledaños despreocupadamente, dejando al adulto de nombre que se encontrara con ella y se sorprendiese abruptamente.

Podría pasarme largos minutos describiéndoos la magnificiencia de sus cuatro ramas/troncos principales, los giros endiablados, las formas sugerentes, el infinito de sus alturas, el brillo atrayente de su musgo, la fuerza de unas raíces que parece que van a echar a andar.

Pero no, solo te la voy a mostrar. Te dejaré a ti el gozo de buscarla, de adentrarte en este pequeño pueblo navarro, de visitar su hayedo, de perderte y encontrar, encontrarla a ella o a tantas de ellas, porque un bosque no lo forma un solo árbol; un magnético hayedo no lo forma una sola y perfecta haya… ni existe la perfección, ni el haya que no quiera vivir rodeada de los suyos, de su hayedo. Y Gorriti es la prueba más bella y fehaciente.