Las enormes ramas del soberbio roble se abrían en todas las direcciones, en una sutil invitación a cobijarnos bajo su telúrica sombra. Su enorme tronco, se alzaba orgulloso de su esencia centenaria, dispuesto a fundirse en un atávico abrazo interminable con nuestra alma errante. Un sinfín de texturas, de tonos, de armonía en sus formas creaban un espectáculo impresionante, un espectáculo que tan solo la naturaleza es capaz de crear.
Allí plantado en mitad del prado, el roble de Ondategi ha sido testigo mudo de cientos de historias, de gentes, de guerras y romerías, testigo mudo de lo que somos.
BELLEZA
Este impresionante árbol se eleva en la campa de Sarragoa, en las afueras del concejo alavés de Ondategi, perteneciente al municipio de Zigoitia. Entró a formar parte de la categoría de árboles singulares de especial protección en el año 1997, esta categoría la creó el Gobierno Vasco tras un estudio, para la salvaguarda de determinados ejemplares que necesitaban de esta especial protección.
El de Ondategi es un roble pedunculado, este termino hace referencia al rabillo de sus bellotas, también son conocidos con el nombre científico de “Quercus robur”, el término “quercus”, parece ser un vocablo de origen celta que significaría “árbol hermoso”.
BELLOTAS
Y no andaban mal encaminados los celtas, por cierto, el roble era uno de sus árboles más sagrados. La hermosura del roble de Ondategi es sobrecogedora, una hermosura hechizante, que de alguna misteriosa forma atrajo durante años, y sigue atrayendo, a quienes hemos acertado a vagabundear bajo su copa. Hasta que la guerra civil española lo impidió, cada 10 de agosto, se realizaba una tradicional romería amenizada con bailes bajo su copa.
EL IMPRESIONANTE ROBLE
Las medidas del roble impresionan, su altura ronda los 20 metros, y su diámetro de copa los 30 metros, su perímetro los 4,9 metros a una altura de 1,3 metros desde la base. La forma del roble es adehesada, ya que sus bellotas alimentaron tanto a animales como a humanos. Hoy una valla de madera protege al viejo roble, para que, durante muchos años, siga compartiendo con nosotros su sabiduría ancestral. Su sabiduría labrada por el paso de los siglos, pero también por el paso de las gentes, que durante siglos se han dejado seducir por su magia, y que, de alguna misteriosa forma, son también parte del roble.
ROBLE DE ONDATEGI
Como verán, razones le sobran al roble de Ondategi para formar parte del catalogo de árboles de especial protección, esperemos que de resultado. Mientras acerquémonos a Ondategi, acerquémonos a charlar con el viejo árbol, él está allí esperando a que nos sentemos respetuosamente a su sombra, esperando a compartir con nosotros toda su atávica esencia.
Una hermosa flor en forma de sol adorna el viejo portón del vetusto caserío. Allí clavada en las rancias vigas de madera de roble, cumple su función protectora de la casa y de sus moradores.
La hermosa flor en forma de sol encierra en su núcleo velludo la esencia de la arcaica cultura de la montaña. La esencia de las leyendas de quienes nos precedieron, contadas al amor de la lumbre en las largas noches invernales, mientras sonaba el chisporroteo del tamboril repleto de castañas.
La hermosa flor en forma de sol, se empeña en mantener, casi colgando de un último y débil hilo, las viejas tradiciones de nuestro pueblo, que van evaporándose frente a nosotros poquito a poco, escurriéndose como el agua entre los dedos de las manos, victimas de un mundo desbocado.
La hermosa flor en forma de sol, nos susurra quedamente, las arcaicas costumbres, usos, ritos, leyendas, que nos hablan de una forma muy concreta de ver y entender la vida, de una manera de vivir que fue fundamental para nuestros mayores.
VIEJO PORTON DE UN CASERIO
Muchos de los pueblos antiguos, utilizaron las plantas y árboles con diversos fines, alimentarios, prácticos, curativos, rituales, incluso mágicos. Algunos de estos usos se han perdido en el baúl del tiempo, de algunos no queda ni el recuerdo, otros han sido conservados, afortunadamente, en libros, tratados o museos, y algunos aún hoy se siguen realizando, si bien, generalmente, con un objetivo distinto al que fueron concebidos, pero se mantienen al fin y al cabo. Aprovechemos esta ocasión, no dejemos que los viejos usos de nuestros mayores queden como meros inquilinos de museos, toquémoslos, sintámoslos, transmitámoslos a nuestros hijos, no dejemos escapar la esencia de la tradición.
Una de estas plantas, cuyas tradiciones, aún hoy perduran, es el “eguzkilore”, la flor del sol. Se trata de la flor seca del cardo silvestre (Carlina acaulis), oriunda de Europa Central, y que puede llegar a darse en latitudes como Suecia o Noruega, e incluso en Islandia, lo que nos habla de su resistencia a climas fríos, en la Península Ibérica, la encontramos en el País Vasco, Cantabria y en el área pirenaica. Al “eguzkilore”, le gustan las montañas, le gusta arraigar y crecer en prados y pastizales, y su momento de floración se da entre junio y septiembre. La denominación carlina le viene de una leyenda, que nos cuenta como los ángeles enseñaron al emperador Carlomagno a utilizar la planta para combatir la peste que asolaba a su ejército.
EGUZKILORES Y CRUCES EN LA CHABOLA DE OIDUI, ARALAR
El “eguzkilore” es la representación del sol, su nombre así nos lo indica, “eguzki” (sol), “lore” (flor), su uso, es un vestigio de un antiquísimo culto solar, que nos ha llegado desde muy lejos en el tiempo, quizás desde el neolítico. En este símbolo se mezcla el culto solar con antiguas creencias vinculadas a las plantas y a los árboles, tan importantes en las culturas antiguas. En las ancestrales creencias vascas, tanto el sol como los árboles eran tenidos por deidades, eran, por tanto, pilares básicos de las tradiciones y la mitología de nuestro pueblo. Para el calendario tradicional el año se organizaba en dos partes, dividido por los solsticios de verano e invierno, el primero cristianizado bajo la advocación de San Juan Bautista y el segundo por la Navidad. En ambas fechas se realizaban ritos en los que el uso de las plantas, el fuego y el agua eran primordiales. Las plantas adquirían un carácter protector, en el solsticio de verano, aún hoy, se siguen recogiendo determinadas hierbas que adquieren importantes cualidades preventivas en esta noche mágica de San Juan. Es costumbre, en esta misma fecha, colocar en las puertas cruces hechas con ramas de fresno, uno de los grandes árboles mágicos de las culturas antiguas, para prevenir del rayo así como se decorar las entradas con ramas de espinos, fresnos o avellanos, con igual pretensión protectora. Aun hoy podemos sentir estos antiguos usos paseando por las calles de nuestras localidades en la mañana del día de San Juan y disfrutar de las calles enramadas en un hermoso guiño a nuestra tradición. El espino se utilizaba además colocando ramilletes de este árbol en las lindes de las heredades, los pastores de la zona de Donibane Garazi (Saint-Jean-Pied-de-Port), ubicado en la antigua Navarra de Ultrapuertos, recogían las púas de este hermoso árbol para sus uso como preventivo.
ESPINO BLANCO
En lo relativo a nuestra pequeño “eguzkilore”, Su uso esta directamente vinculado con la protección de las casas de las brujas y malos espíritus. Cuando contemplamos un “eguzkilore” en los dinteles de las puertas de nuestros viejos caseríos, o en las bordas de nuestras montañas, contemplamos un rito arcaico como el tiempo, un símbolo cargado de un ancestral sentido protector, dejemos entonces que la flor del sol nos susurre sus secretos, su porque, su razón de ser. Las viejas historias de nuestra mitología nos cuentan, a su modo, el motivo por el que se colocaban “eguzkilores” en las puertas, dicen así:
“Las brujas, que pretendían acceder al interior del hogar, debían contar cada minúsculo pelillo que tiene la flor en su centro, antes de poder entrar en la casa. Esta tarea era sumamente costosa, y el amanecer las sorprendía en plena tarea, con los primeros rayos del sol, las sorgiñas debían dejar el lugar apresuradamente y esconderse en sus antros, por lo cual no podían acceder al interior de la vivienda.”
ANTIGUOS SIMBOLOS PROTECTORES
Actualmente, el “eguzkilore” se ha mercantilizado en pegatinas, llaveros y todo tipo de joyería, su uso ha variado enormemente, pero de alguna manera, quiero pensar que se mantiene su ancestral sentido. Cuando, aunque sea inconscientemente, sentimos el deseo de colgarnos un “eguzkilore” al cuello, ponerlo en nuestros coches, o simplemente colocarlo en los dinteles de los caseríos, como hicieron durante siglos nuestros mayores, estamos conectando con nuestro yo mas arcaico, mas antiguo y profundo, con nuestro ser de alguna manera, primitivo. Tal vez aun guardemos en lo mas profundo de nuestro hipotálamo, la esencia de nuestras antiguas creencias, esas que quedaron lejos en el tiempo, tal vez sea una vieja conexión con la tradición, o tal vez sea sencillamente una ancestral unión con la naturaleza, al fin y al cabo, pienso que somos eso, naturaleza.
Aquella impresionante haya, acariciaba dulcemente mis cabellos despeinados, con sus hojas de verde etéreo recién nacidas. Sentía en mi alma su susurro de hojarasca, de armonía, de belleza y de paz. Pero también sentía, escuchaba, toda su esencia atávica, su sabiduría vieja como el tiempo, en una invitación telúrica a abandonarme a su cobijo.
Los árboles y bosques, han sido siempre lugares sagrados, en ellos habitaban una legión de seres mágicos, de gnomos, hadas, leprechaus, duendes,… Seres que atesoran lo más secreto de la vieja cultura de las montañas.
MORADORES DEL BOSQUE
Nuestros ancestros eran gentes acostumbradas a convivir con toda esta cultura ancestral, era normal renovar una serie de rituales unidos a la naturaleza, a sus energías. Uno de estos rituales, vinculado con el culto a los árboles, lo podemos disfrutar de primera mano, es la tradición de los Mayos, celebrada desde hace milenios.
Conozcamos pausadamente un poquito más de este ritual de la vieja cultura.
El mayo es un árbol, que elegido en el bosque y talado siempre con hacha, se desmocha y descorteza, y que se baja a determinados lugares, donde se eleva, siguiendo un antiquísimo ritual.
RECOGIDA Y BAJADA
El rito comienza ya con la elección y bajada del tronco, esta selección la solían realizar los mozos del pueblo, si bien en algunas localidades como la de San Martín de Améscoa, era el alcalde quien acompañado por el montero elegía el árbol a cortar. En otras como en Ondategi, se ponía como condición que el árbol fuese robado de los bosques del pueblo vecino, así como robados debían ser las yuntas para acarrearlo. Esto se daba en tiempos más o menos recientes, pero su origen es antiquísimo. Seguramente vinculado a antiguos cultos dendolátricos, era probable, que el encargado de elegir el árbol, acudiera durante una determinada cantidad de días a donde se hallaba el árbol en el bosque, para explicarle el motivo de porqué tenia que derribarlo. Los celtas realizaban este rito para que los numenes que habitaban el árbol pudieran replegar toda su energía, si iba a ser utilizado con fines mágicos o medicinales, le pedían que dejara parte de esa energía en las ramas. En determinados lugares se establecía un bosque concreto en el que ir a buscar el mayo.
Se selecciona un árbol recto de aproximadamente unos 20 metros de altura, aunque poco a poco va aumentando su altura pues existe cierta rivalidad entre los pueblos del valle en ver quien levanta el mayo más alto. Una vez cortado, con hacha, se baja al pueblo, antiguamente era arrastrado por una yunta de bueyes hasta el lugar en que se levantará, hoy en día se utilizan tractores. Actualmente, para evitarse el talar un árbol cada año, se reutiliza el mayo anterior hasta que se resquebraja.
MAYO EN SAN VICENTE DE ARANA
IZADO
El mayo, es colocado en lugares de cierta importancia, como puede ser la plaza del pueblo, o en la entrada del mismo, así como junto a alguna ermita. Mención aparte es la del mayo que los moradores de Bakaiku y de Etxarri Aranatz, alzan en lo alto de la sierra de Urbasa, no muy lejos el uno del otro.
En la mayoría de las localidades, el rito del alzado del mayo, tiene lugar sobre el mediodía, el tronco, ya bajado del bosque espera en el lugar donde será colocado a que lleguen los mozos y de comienzo el arcaico ritual. Primero acercan el tronco al hoyo donde se plantará, se apoya entonces sobre una horquilla de madera en forma de Y, de forma que el árbol quede a una altura adecuada para que los hombres puedan colocar los distintos elementos. Aunque con pequeñas variaciones, la mayoría de localidades vascas que realizan el alzado del mayo, utilizan los mismos elementos “decorativos”, si bien cada uno de ellos tiene un sentido y uso muy concreto, veámoslos:
. El gallo: En la punta del tronco, se coloca la figura de un gallo que puede ser de madera o de metal, que antiguamente se decoraba con plumas, y que se encargaría de guardar los campos de cereal.
. Dos espadas metálicas que se colocan en forma de aspa, cuya misión sería la de espantar a las tormentas y el pedrisco, con la colocación en forma de aspa, pretende representarse una tijera que cortaría el pedrisco.
. Ramas de olivo o de laurel, que estarían bendecidas por el cura.
. Una vela también bendecida, si bien en algunos lugares se coloca una cruz de cera.
. Un paño blanco portado por Jesucristo en Jueves Santo.
. En determinados pueblos, como es el caso de San Vicente de Arana, se coloca un travesaño en el mayo, para darle la imagen de cruz.
. Alguna rama del propio árbol que se suele dejar en el momento del desrame.
. En alguna localidad se le añade una veleta.
DETALLE DEL MAYO
Una vez colocados estos elementos, todos los mozos, al unísono y bajo la dirección de un capataz, van elevando el tronco poco a poco, ayudados de unas horquillas de madera o de metal, hasta conseguir introducirlo en el hoyo destinado a tal fin. Es un momento de tensión y nerviosismo, el tronco se mueve en cada alzado, y el grupo debe funcionar a la perfección. Según el mayo esta siendo alzado, las mujeres de Larraona recitan la siguiente frase:
“Arriba mayo, tente tieso que yo me caigo”
Una vez el mayo este recto y bien encajado, se calza el agujero con tacos de madera, momento en que se recita la siguiente frase:
“Arriba mayo, mira al cielo y bendice nuestros campos.”
En alguna localidad como en San Martín de Améscoa, son más previsores y lo aseguran atando un cable del mayo al campanario de la iglesia.
Una vez alzado, en algunas localidades, se bailan alrededor del mayo, danzas circulares siguiendo siempre el sentido contrario a las agujas del reloj, que bien pudieran representar el ciclo de las estaciones o el ciclo solar.
Encontramos en algunos casos una interesante danza en la que los bailarines entrelazan unas cintas que llevan alrededor del mayo, según bailan. Este tipo de danza, muy conocida en la tierra de los vascos, también se da en lugares como Reino Unido.
También suele ser habitual que algunos jóvenes pretendan trepar a lo más alto del mayo, este rito se encuadraría en los ritos iniciativos de paso a la edad adulta, muy común en los pueblos ancestrales.
LOCALIZACIONES GEOGRÁFICAS
El mayo, es un rito muy representativo de la zona de la sierra de Urbasa y sus aledaños, los del valle de Améscoa, son de los más representativos junto con el de Arana. Así encontramos mayos en Larraona el primer sábado de mayo, en San Martín de Améscoa el segundo sábado y en Zudaire el tercero. En San Vicente de Arana, se levanta el mayo el día 3 de este mes. Por la zona norte de la sierra, alzan mayos pueblos como Etxarri Aranatz, Ziordia, Bakaiku o Iturmendi. En otras partes de Navarra también lo encontramos en localidades como Mues, Murieta, Mirafuentes, Cintruenigo. En Álava además del ya citado valle de Arana, alzan mayos en otras localidades como Aramaio o Agurain.
En la Península Ibérica, es un rito que se da en la cornisa cantábrica, Asturias, Cantabria y Galicia, pero también en gran parte de Castilla y Aragón, Extremadura o Cataluña.
En la Vieja Europa, se da en El Reino Unido, Francia, Suiza, Italia, Alemania, Bélgica o Suecia.
Los nombres del rito, también varían, por ejemplo, en zonas de Cantabria y Asturias se llaman “Jogueras”, nombre posiblemente vinculado a las hogueras que en estos pueblos se enciende durante la celebración del mayo.
Más cerca de casa, es en la zona de la sierra de Urbasa, bien sea por el sur de la misma (zona de Améscoa y valle de Arana), o por el norte (zona de la Sakana), se conoce como “Mayo”. Si nos desplazamos hacia el norte del territorio alavés, concretamente en Aramaio, se le conoce como “el Chopo”.
ESTATUA DEL MAYO
POSIBLES ORÍGENES
El mayo es una de las más antiguas representaciones de un antiquísimo culto a los árboles, elementos tan importantes en la antigua cultura de los pueblos de la Vieja Europa. Precisamente en estas tribus que habitaban el continente, existía la costumbre de talar un árbol en las fechas de finales de abril, descortezarlo y quitarle casi todas las ramas, se decoraba con coloristas cintas y era colocado en mitad del pueblo durante todo el mes de mayo. Se le solía dejar una parte de las ramas en la copa, que se denominaba “la Maya”, y se le solía decorar con cintas multicolores, en ocasiones este árbol se colocaba con motivo del solsticio de verano en junio. Pudiera ser que la intención de los moradores de los poblados, pretendieran acercar un espíritu vegetal habitante de los bosques a un lugar donde poder hacer rogativas y ritos propiciatorios, delante del árbol. No podemos olvidar que en las antiguas culturas europeas, los árboles han sido referencias en la comunidad, bajo los que se han sellado pactos, o impartido justicia, no tenemos más que pensar en el mítico árbol de Gernika. A decir del autor James George Frazer, en su obra “La rama dorada”, se trataría de traer a la aldea, las bendiciones que el espíritu del árbol puede otorgar.
Estamos en la época del año en que la naturaleza despierta de su letargo invernal, vuelve a suministrarnos de frutos y alimentos, es por tanto una época de celebración, de alegría, pero también es una época en que las tormentas o el pedrisco puede terminar con la cosecha. Es aquí donde el mayo adquiere un cariz protector, es el árbol totémico que colocado en algún lugar visible, como en la cima de una montaña, vela y protege a los habitantes y cosechas de los valles. Precisamente los celtas celebraban en esta fecha la fiesta del Beltane, momento en que los ganados podían subir a los pastos de altura, en esta fecha se celebraba un rito de encender hogueras en los alto de las montes.
También pudiéramos estar ante un símbolo de fertilidad, en el que el mayo adquiriría una simbología fálica.
Un claro ejemplo sería el mayo izado sobre lo alto de la sierra de Urbasa, y que nos sumerge directamente en todo este universo de culto al árbol, tanto con su carácter protector sobre los valles como porque marca el momento en que los ganados pueden subir a la sierra.
No está clara su simbología original, ni su sentido más arcaico, pero lo que si es claro es que nos habla de una antiquísima unión y respeto de los hombres hacia los árboles y los bosques.
El Cristianismo, cristianizó esta fiesta de origen pagano con la fiesta de la Santa Cruz el 3 de mayo, momento en que se coloca el mayo, y el 14 de septiembre con la “Exaltación de la Santa Cruz”, momento en que se retira el mayo en muchos lugares.
Incluso hay autores que ven en estos mayos colocados en las montañas, el origen de las cruces que hoy coronan muchas de nuestras cumbres, en un intento de cristianizar el rito ancestral.
MAYO DE URBASA
Lancémonos en brazos de la tradición, sintamos, conozcamos los viejos rituales de la vieja costumbre de la montaña. Caminemos sintiendo su esencia, la magia, el susurro del bosque. No les defraudará, su poso quedará para siempre en nuestra alma errante de vientos y hojarasca.
El haya es uno de árboles más característicos de toda nuestra cornisa cantábrica. Su belleza al comenzar la primavera es una de las fascinaciones más fácilmente apreciables en la estación de la vida y el resurgir de colores del bosque.
Sus hojas comienzan a crecer despacito, abriéndose lentamente y desplegándose cual alas de mariposa que salen de su capullo. Es bastante peculiar y característico en ellas los «pelitos» o delicados y finos filamentos que la rodean, otorgándole una suavidad extrema. Cuando visitas un hayedo al principio de esta estación, la sombra verde que procuran es única, difícilmente apreciable en otro bosque, pues esa atmósfera al mirar hacia arriba y ver flotando cientos de alas verdes que bailan delicadamente con la brisa es algo extraordinario de admirar.
El haya, nuestra dama árborea que se viste de esperanza en estas fechas, y poco a poco dota al bosque de la humedad necesaria para refrescarlo ante el verano que pronto llegará a nuestros montes. El otoño le tiene preparadas nuevas sorpresas en tonos de otros colores, pero eso es adelantar acontecimientos, y en la natura todo va despacio… disfrutemos de esta lentitud parsimoniosa que gratuitamente nos brinda.
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