Eguzkilore, culto solar de nuestros ancestros

Eguzkilore, culto solar de nuestros ancestros

EGUZKILORE

Una hermosa flor en forma de sol adorna el viejo portón del vetusto caserío. Allí clavada en las rancias vigas de madera de roble, cumple su función protectora de la casa y de sus moradores.

La hermosa flor en forma de sol encierra en su núcleo velludo la esencia de la arcaica cultura de la montaña. La esencia de las leyendas de quienes nos precedieron, contadas al amor de la lumbre en las largas noches invernales, mientras sonaba el chisporroteo del tamboril repleto de castañas.

La hermosa flor en forma de sol, se empeña en mantener, casi colgando de un último y débil hilo, las viejas tradiciones de nuestro pueblo, que van evaporándose frente a nosotros poquito a poco, escurriéndose como el agua entre los dedos de las manos, victimas de un mundo desbocado.

La hermosa flor en forma de sol, nos susurra quedamente, las arcaicas costumbres, usos, ritos, leyendas, que nos hablan de una forma muy concreta de ver y entender la vida, de una manera de vivir que fue fundamental para nuestros mayores.

VIEJO PORTON DE UN CASERIO

Muchos de los pueblos antiguos, utilizaron las plantas y árboles con diversos fines, alimentarios, prácticos, curativos, rituales, incluso mágicos. Algunos de estos usos se han perdido en el baúl del tiempo, de algunos no queda ni el recuerdo, otros han sido conservados, afortunadamente, en libros, tratados o museos, y algunos aún hoy se siguen realizando, si bien, generalmente, con un objetivo distinto al que fueron concebidos, pero se mantienen al fin y al cabo. Aprovechemos esta ocasión, no dejemos que los viejos usos de nuestros mayores queden como meros inquilinos de museos, toquémoslos, sintámoslos, transmitámoslos a nuestros hijos, no dejemos escapar la esencia de la tradición.

Una de estas plantas, cuyas tradiciones, aún hoy perduran, es el “eguzkilore”, la flor del sol. Se trata de la flor seca del cardo silvestre (Carlina acaulis), oriunda de Europa Central, y que puede llegar a darse en latitudes como Suecia o Noruega, e incluso en Islandia, lo que nos habla de su resistencia a climas fríos, en la Península Ibérica, la encontramos en el País Vasco, Cantabria y en el área pirenaica. Al “eguzkilore”, le gustan las montañas, le gusta arraigar y crecer en prados y pastizales, y su momento de floración se da entre junio y septiembre. La denominación carlina le viene de una leyenda, que nos cuenta como los ángeles enseñaron al emperador Carlomagno a utilizar la planta para combatir la peste que asolaba a su ejército.

EGUZKILORES Y CRUCES EN LA CHABOLA DE OIDUI, ARALAR

El “eguzkilore” es la representación del sol, su  nombre así nos lo indica, “eguzki” (sol), “lore” (flor), su uso, es un vestigio de un antiquísimo culto solar, que nos ha llegado desde muy lejos en el tiempo, quizás desde el neolítico. En este símbolo se mezcla el culto solar con antiguas creencias vinculadas a las plantas y a los árboles, tan importantes en las culturas antiguas. En las ancestrales creencias vascas, tanto el sol como los árboles eran tenidos por deidades, eran, por tanto, pilares básicos de las tradiciones y la mitología de nuestro pueblo. Para el calendario tradicional el año se organizaba en dos partes, dividido por los solsticios de verano e invierno, el primero cristianizado bajo la advocación de San Juan Bautista y el segundo por la Navidad. En ambas fechas se realizaban ritos en los que el uso de las plantas, el fuego y el agua eran primordiales. Las plantas adquirían un carácter protector, en el solsticio de verano, aún hoy, se siguen recogiendo determinadas hierbas que adquieren importantes cualidades preventivas en esta noche mágica de San Juan. Es costumbre, en esta misma fecha, colocar en las puertas cruces hechas con ramas de fresno, uno de los grandes árboles mágicos de las culturas antiguas, para prevenir del rayo así como se decorar las entradas con ramas de espinos, fresnos o avellanos, con igual pretensión protectora. Aun hoy podemos sentir estos antiguos usos paseando por las calles de nuestras localidades en la mañana del día de San Juan y disfrutar de las calles enramadas en un hermoso guiño a nuestra tradición. El espino se utilizaba además colocando ramilletes de este árbol en las lindes de las heredades, los pastores de la zona de Donibane Garazi (Saint-Jean-Pied-de-Port), ubicado en la antigua Navarra de Ultrapuertos, recogían las púas de este hermoso árbol para sus uso como preventivo.

ESPINO BLANCO

En lo relativo a nuestra pequeño “eguzkilore”, Su uso esta directamente vinculado con la protección de las casas de las brujas y malos espíritus. Cuando contemplamos un “eguzkilore” en los dinteles de las puertas de nuestros viejos caseríos, o en las bordas de  nuestras montañas, contemplamos un rito arcaico como el tiempo, un símbolo cargado de un ancestral sentido protector, dejemos entonces que la flor del sol nos susurre sus secretos, su porque, su razón de ser. Las viejas historias de nuestra mitología nos cuentan, a su modo, el motivo por el que se colocaban “eguzkilores” en las puertas, dicen así:

“Las brujas, que pretendían acceder al interior del hogar, debían contar cada minúsculo pelillo que tiene la flor en su centro, antes de poder entrar en la casa. Esta tarea era sumamente costosa, y el amanecer las sorprendía en plena tarea, con los primeros rayos del sol, las sorgiñas debían dejar el lugar apresuradamente y esconderse en sus antros, por lo cual no podían acceder al interior de la vivienda.”

ANTIGUOS SIMBOLOS PROTECTORES

Actualmente, el “eguzkilore” se ha mercantilizado en pegatinas, llaveros y todo tipo de joyería, su uso ha variado enormemente, pero de alguna manera, quiero pensar que se mantiene su ancestral sentido. Cuando, aunque sea inconscientemente, sentimos el deseo de colgarnos un “eguzkilore” al cuello, ponerlo en nuestros coches, o simplemente colocarlo en los dinteles de los caseríos, como hicieron durante siglos nuestros mayores, estamos conectando con nuestro yo mas arcaico, mas antiguo y profundo, con nuestro ser de alguna manera, primitivo. Tal vez aun guardemos en lo mas profundo de nuestro hipotálamo, la esencia de nuestras antiguas creencias, esas que quedaron lejos en el tiempo, tal vez sea una vieja conexión con la tradición, o tal vez sea sencillamente una ancestral unión con la naturaleza, al fin y al cabo, pienso que somos eso, naturaleza.