Tenemos nuevo libro, un pequeño trabajo nacido desde lo más profundo de la Hojarasca. Una obrita a cuatro manos, en la que los protagonistas son los árboles. Una idea diferente, pequeños relatos, escritos por dos enamorados de la magia del bosque, pero sobre todo, por dos amigos. En vuestras manos lo dejamos, esperamos que os guste tanto como nos ha gustado a nosotros escribirlo.
Desde la Asociación Cultural Hojarasca, después de unas breves semanas para retomar fuerzas, os proponemos recuperar una bella ruta para conocer uno de los parajes más enigmáticos de nuestras viejas montañas, el próximo sábado día 12 de Febrero. Nos adentramos esta vez en tierras navarras, concretamente en la localidad de Arano, para visitar los Cromlechs de Urgarata, y de paso saborear con calma viejos caminos, y la belleza de nuestros hayedos y robledales en un invierno que nos regala toda su pureza.
Una sencilla ruta de aproximadamente 6 kilómetros de distancia, y un desnivel apenas perceptible de unos 100 metros. Apta para todos los públicos, incluido niños.
La ruta durará de 4 a 5 horas, pues a pesar de su corta longitud, realizaremos continuas paradas para conocer los secretos de la Cultura del Bosque, usos, creencias, tradiciones de los árboles y leyendas mitológicas.
Quedaremos a las 09.00 horas en el barrio Zikuñaga de Hernani (junto a la empresa Couth). Subiremos hasta Arano en los coches, y desde el parking de la localidad navarra, comenzaremos nuestro caminar.
Es imprescindible apuntarse previamente en cualquiera de los contactos siguientes, por si tuviéramos que esperar. El precio de la excursión es de 8 euros los adultos y 4 euros los niños de 5 a 14 años.
La excursión pudiera ser cancelada si se dan condiciones climatológicas adversas, o si no se alcanza un grupo mínimo de participantes.
Para más información no dudes en contactar con nosotros:
Nos acercamos a uno de los momentos más mágicos del año, un momento que fue de vital importancia para nuestros ancestros, el solsticio de invierno. Nuestros antepasados, estaban acostumbrados a observar los distintos ciclos de la naturaleza, no en vano, ellos eran parte intrínseca de esa naturaleza, y de ella dependía su propia supervivencia. El momento solsticial, que en nuestras latitudes se dará el próximo martes 21 de diciembre, no pasó desapercibido para ellos. Era este, el momento en que la luz comenzaba a ganar terreno a la oscuridad, no debemos olvidar que la noche del solsticio de invierno, es la noche más larga del año, a partir de ese momento, la noche comienza a acortarse paulatinamente. Pero tampoco escapó a nuestras mayores, que en ese momento el sol es cuando menos fuerza tiene, del astro rey dependía el que germinaran las plantas y árboles, es decir, alimento, madera con la que generar materiales de construcción, combustible,…cobijo y calor. Por todo ello, era imprescindible que este sol recuperara toda su energía milenaria, en estas fechas. Los hombres y mujeres, ponían de alguna forma, su granito de arena, en esta descomunal tarea, ayudaban a reforzar al sol, mediante el uso del fuego.
Existe una llamada “teoría solar”, que ve en el fuego una especie de hechizo empleado por el hombre, en ese momento de decadencia de la luz solar. De alguna forma, con el empleo del fuego, se trata de suplir, con ceremonias o rituales, más o menos mágicas, esa carencia de luz, reforzando, igualmente esa debilidad solar. Según esta teoría, el fuego sería considerado como un elemento provisto de energía positiva y activa, energía estimulante, creativa, fuente de salud y de vida que se debe mantener a toda costa. Otras teorías nos hablan de que el fuego, tendría un carácter más purificador, que tendrían como finalidad el destruir energías negativas.
Vinculado a este hecho del empleo del fuego, encontramos un interesantísimo elemento, vinculado al solsticio de invierno, el Tronco de Navidad. Un arcaico ritual, que se ha observado en muchos puntos de la vieja Europa, y que nos enlaza directamente con los viejos cultos a los árboles, con ritos, que quizás nos lleven hasta tiempos prehistóricos.
Se trata de un leño que debía arder en el fuego del hogar en las fechas de Navidad, estas festividades navideñas, vinieron a cristianizar, los antiguos cultos, vinculados, precisamente, al solsticio de invierno. Son muchas las variables que se nos presentan en este ritual del tronco navideño. De forma genérica, el árbol se elegía en el bosque, generalmente uno de los mejores ejemplares del mismo, de la especie más abundante, como robles o hayas, por ejemplo.
Durante unos días, el señor del caserío, debía subir al bosque, para explicar al árbol el motivo por el que debía ser cortado. El hecho de pedir permiso al árbol, para derribarlo, se observa en varios puntos de Europa, de alguna forma, se pide perdón al propio árbol como ser sagrado, pero también a los genios, energías,… que habitan en él. De esa forma por una parte se les da la posibilidad, a esos númenes, de trasladarse de árbol, y por otra se solicita que parte de sus energías benéficas se queden en el que se va a derribar.
Tras cortar el tronco, era arrastrado al hogar, por una yunta de bueyes, y se guardaba en la casa, pero, eso sí, con un trato especial. Se conservaba con mimo en el desván, o en la cuadra, incluso en una esquina de la entrada de la casa. Llegaba entonces el momento de colocarlo en el fuego del hogar, utilizando, igualmente, diferentes formulas según los lugares.
UNA TRADICION ANCESTRAL
La tradición del Tronco de Navidad, la observamos en muchas versiones en nuestra tierra, dependiendo del lugar donde se desarrolla. En ocasiones, eran dos troncos los que se colocaban en los laterales del hogar, como sucedía en Mezkiritz o en Gorriti, donde tomaban el nombre de “Laterales de Nochebuena”. En otros pueblos como en Eskirotz o en Elkano, se introducían tres troncos, que solían ser uno para Dios, otro para la honra de la Virgen María, y otro para la familia.
El madero sagrado, debía arder en el fuego del hogar durante la noche mágica de la Nochebuena, en lugares como en Mezkiritz, no debían de apagarse los troncos durante todo el año. En zonas de Aragón debía arder durante tres días, en Juslapeña y en Unzu, no se dejaba arder el tronco totalmente, pues sus restos aún humeantes se utilizaban en el día de Reyes, para recorren con ellos las habitaciones de la casa, en un símbolo protector del humo. Este hecho de no dejar consumirse totalmente el tronco, era habitual en la mayoría de los pueblos, manteniendo un trozo del mismo, e incluso sus cenizas. Estos restos eran empleados como protecciones, por ejemplo, en Oiartzun, donde se hacia pasar por encima del resto del tronco a los animales del caserío. En Francia, se guardaba este trozo debajo de la cama, para proteger la casa de incendios y rayos, tras arder en el hogar durante 12 noches. Así mismo en el país galo, colocaban un trozo de esta madera en el bebedero de las vacas, bajo la creencia de que, de esta forma, les ayudaba a tener terneros, un claro símbolo de fertilidad, tan presente en la época solsticial. En Aezkoa, este trocito de tronco, se usaba para curar las ubres a las vacas. Sus cenizas eran esparcidas por campos de labor, o mezcladas con ele estiércol para fertilizar campos. En Bedia, se considera que el tronco bendicía las casas.
Era costumbre el usar unas pequeñas astillas como complemento del tronco de Navidad. Astillas que se solían elegir en el desván del caserío, y se apilaban cuidadosamente junto al fuego. En muchos lugares era el padre o el abuelo, quien comenzaba con el ritual, introduciendo en el fuego las astillas de forma nominativa, tras bendecir la mesa y realizar una oración. En otros casos el padre comenzaba introduciendo una astilla, para acto seguido, cada miembro de la familia realizar la misma operación en orden de edad, terminando por el más pequeño de la casa. Remataba el ritual el padre que metía en el fuego una astilla más para los pobres y ausentes. En determinados lugares a estas astillas se les ataba el nombre de la persona a la que representaba, y en caso de que alguno falleciese, se colgaba esa leña junto a la cama.
Este tronco recibe variados nombres como “Chubilaro” en el valle del Romanzado, “Pago mozkorra” en Azkarate; “Suklaro egurra”, en la zona de Salazar o “Tronco de Dios” en el valle de Ollo, por citar algunos.
ORIGENES DE OLENTZERO
En Oiartzun, este tronco se llama “Olentzero enborra”, curiosa forma, que nos lleva a pensar en el mítico carbonero que deja regalos por estas fechas a los habitantes de la casa. Y es que cuando hablamos de Olentzero, estamos ante los rescoldos de un antiquísimo culto arbóreo, que de alguna forma, tomó la forma de este tronco de Navidad, y a lo largo del tiempo evolucionó hacia el personaje que conocemos actualmente. No es casual, que Olentzero se presente como un habitante del bosque, un carbonero, que aparece una vez al año, para retirarse a lo más profundo de la floresta, el resto del ciclo anual. Tal vez sea, de alguna forma, la representación de un espíritu protector del bosque.
El nombre de Olentzero, haría referencia, no solo al personaje, sino al propio ciclo festivo. Según algunos estudiosos, el término Olentzero sería una variante de Onentzaro, algo así como “la sazón de los buenos”.
En muchas zonas como en el valle de Larraun, a Olentzero se le define como un hombre de 366 ojos.
En Elduain o en Oiartzun, Olentzero es tenido como un ser peligroso que desciende por la chimenea para cortar la cabeza a los moradores con una hoz. Quizás estemos aquí en un intento de cristianizar este símbolo protector del bosque, que es el tronco solsticial, dotando de elementos negativos al mismo.
Este tronco, vendría, en definitiva, a representar la luz, la renovación del solsticio, así como un arcaico culto a los árboles y el bosque, que hunde sus raíces en los viejos rituales, de cuando, nosotros, también fuimos bosque.
EL TRONCO DE NAVIDAD EN EUROPA
La tradición del tronco, no es exclusivo de nuestra tierra, en la praticamente totalidad de Europa, se daba este arcaico ritual. En Galicia, tomaba el nombre de “Tizón de Navidad”; “Nataliegu” en Asturias; “El Travesero”, en Cantabria; “Tronca de Navidad” o “Tió”, en el área pirenaica y Cataluña; “Nochebueno”, en la zona central de Península Ibérica; “Madeiro de Natal”, en Portugal; Der Christbrand”, en Alemania; “Souche”, en Normandía, o “Kef de Nedelek”, en la Bretaña Francesa. Sin olvidar la tradición del “Yule”, en los países del Norte de Europa.
El Haya protectora de Basagain vigila la imponente Sierra de Aralar
Desde la Asociación Cultural Hojarasca te invitamos a compartir una mañana con nosotros, caminando por un mágico paraje, el próximo sábado 18 de Diciembre.
La ruta es sencillísima, apta para todos los públicos, en un entorno que guarda la historia de nuestros ancestros, como es el poblado de la Edad del Hierro, de Basagain, en la localidad gipuzkoana de Anoeta.
Os ofrecemos la oportunidad de conocer un poquito las tradiciones, la mitología, los usos y creencias de diferentes tipos de árboles y plantas que habitan el bosque. Pero no sólo tendremos la oportunidad de conocer algo más sobre estas especies, también sabremos de la historia y mitología del viejo poblado, y más sorpresas a descubrir tranquilamente en el paseo.
Quedaremos a las 9:30 horas, en el aparcamiento del apeadero de Renfe de Anoeta. Desde allí subiremos en coche hasta el cercano cementerio de la localidad, desde donde arrancaremos la ruta.
Aconsejamos llevar:
-Calzado de montaña
-Chubasquero o paraguas
-Almuerzo
-Agua
-Bastón
-Ropa de abrigo
La salida puede ser anulada con antelación, si las condiciones, tanto meteorológicas como sanitarias, así lo aconsejen, o bien si no sale un grupo mínimo. El precio es de 8 euros adultos, y 4 euros niños de 5 a 14 años.
Es necesario apuntarse con antelación, por si debemos esperar la llegada de alguien, en cualquiera de los siguientes contactos:
info@achojarasca.com
606 30 44 52 – Aitor
666 53 11 46 – Gabi
Anímate a descubrir con nosotros el Poblado de Basagain.
Hayas, robles, abedules, arces o castaños, siguiendo su telúrico ciclo, sin prisa, componen estos días, una armónica paleta de tonos cautivadores, enigmáticos, desplegando mil y un matices de ocres, marrones y amarillos que pintan las laderas de nuestras montañas, anunciando a los cuatro vientos que ha llegado el otoño.
Algo magnético, inexplicable, profundamente atractivo, nos lleva a buscar la magia del bosque, a sumergirnos en su arcaico susurro, a dejar que la hojarasca acaricie nuestras viejas y gastadas botas, algo en lo más profundo de nuestro ser nos conecta con ese ancestral ritmo natural, nos lleva a escuchar el rumor del viento en las ramas de los árboles mientras nuestro espíritu se sumerge en la inmensidad de los bosques, es la magia del otoño.
Es el momento en que la naturaleza se prepara para el invierno, poco a poco, los hombres y rebaños, van descendiendo en busca del calor y la seguridad de los valles, los árboles comienzan a replegar su savia y los habitantes del bosque hacen acopio de víveres para el invierno.
También nosotros, poquito a poco, nos sumergimos en nuestro propio interior, buscando esa esencia que a menudo se nos esconde, como queriendo pasar desapercibida ante el maremagno del ritmo diario.
Es tiempo de saborear la otoñada, de admirar los cielos casi irreales que nos traerá el viento sur, antes de dejar que la montaña se quede sola consigo misma, y busquemos refugio en la calidez del hogar, desgranando leyendas de nuestros mayores, junto al fuego.
Escapémonos a la libertad de las cumbres, a sentir en nuestras venas la ancestral magia de los bosques, a buscar siquiera, por unos efímeros segundos, nuestro yo más profundo, al fin y al cabo somos naturaleza.
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