
MASCARADAS DE ITUREN Y ZUBIETA. EL ATAVICO SUSURRO DE…

Los enormes cencerros, descansaban en el viejo arcón, en una esquina del viejo desván del viejo caserío. Aguardaban allí, junto con los demás enseres de la celebración, la llegada de su momento, la llegada de ese momento sublime, en que volverían a ser los protagonistas del viejo ritual. El mismo ritual que desde hace años, tantos años que se pierden en la memoria del tiempo, ha ido pasando de padres a hijos, de abuelos a nietos.
Los enormes cencerros, atesoran la arcaica sabiduría de las tradiciones cocinadas en lo más profundo de los brumosos bosques, en las barrancas de las montañas, en las creencias de quienes aún son parte de todo este universo natural.

Su momento llega en lo más profundo del invierno, en esa época del año en que la naturaleza permanece aparentemente dormida. Es en ese preciso instante, cuando nuestros ancestros vieron la hora de despertarla de su letargo, de convencerla de que debe resurgir, volvernos a regalar sus dones, su calor, sus alimentos, su energía telúrica. Surgen, de esta forma rituales, representaciones, con una y mil ideas, para llevar a buen fin este propósito. Nuestro mundo, ha cambiado radicalmente, pero, afortunadamente, aún hoy podemos disfrutar de esos mágicos hilos, que nos vinculan de manera sobrecogedora con lo más profundo de nuestra vieja cultura, con lo más profundo de la vieja cultura de las montañas, con lo más profundo de lo que algún día fuimos.
Las mascaradas invernales de Ituren y Zubieta, se celebran a finales del mes de enero, antiguamente lo hacían un lunes y martes sin determinar entre la Epifanía y el martes siguiente al domingo de Quincuagésima. La fecha la acordaban los mozos de ambas localidades, reunidos el día de San Antón.

El lunes de carnaval, los Ioaldunes de Zubieta, visitan a sus vecinos de Ituren, al día siguiente son estos últimos quienes devuelven la visita a los de Zubieta. Todo comienza con un almuerzo, cada uno en su respectivo pueblo. Le sigue, entonces, el ritual de vestir el atuendo de IoaLdun, que se cumple a rajatabla y se pierde en la noche de los tiempos. Primero se colocan una faja negra, después una enagua con bordados, prenda que para muchos investigadores representa las fuerzas femeninas tan presentes e importantes en los carnavales tradicionales vascos. Luego se ponen una piel de oveja que les cubrirá la zona de la cintura, y sobre ella, los protagonistas de la fiesta, los cencerros o Polunpak de 40 cm. de largo, 11 litros de capacidad y 6 kilos de peso cada uno, para colocárselos se requiere la ayuda de otros dos Ioaldunak, mientras uno sujeta los Polunpak, otro los ajusta tensando una cuerda, para lo que incluso tiene que apoyarse con un pie en el propio pecho del que se está vistiendo. Mikel Laboa recogió una leyenda en la que se cuenta como un herrero fundía los santos de las iglesias para hacer los cencerros. Estos van pasando de generación en generación. Sólo falta el Ttuntturro, vistoso sombrero de tela multicolor con múltiples cintas, encajes y rematado por plumas de aves, el hisopo compuesto por una cola de caballo que cuelga de un asa hecha con cuero y que los Ioaldunak llevan en la mano derecha, y el pañuelo azul a cuadros en el cuello.

Tras vestirse van saliendo a la plaza sin prisa, se colocan en 2 filas y al toque de cuerno, que lleva uno de los que va en cabeza empiezan a caminar marcando el ritmo de los cencerros a golpe de espalda y riñón, lanzando gritos de vez en cuando para mantener el compás, dan dos vueltas a la plaza y se dirigen en dirección a Ituren, llegados al molino de Zubieta, montan en carros y coches que les llevan hasta el barrio de Aurtitz, fruto de los nuevos tiempos.
En éste barrio de Ituren se les juntan el primer grupo de Ioaldunak, su vestimenta es similar, sólo se diferencian en que los de Ituren cubren con la piel de oveja también los hombros, visten camisas de cuadros y pañuelo al cuello rojo. Juntos se dirigen hacía el barrio de Lagasa donde se unen los restantes Ioaldunak, en total 52, éste último grupo va acompañado de un lobo y un oso que se abalanzan sobre los visitantes. Todos entran en Ituren bajo el impresionante y estremecedor sonido de 104 cencerros.

Pero, ¿que es lo que estamos viendo cuando asistimos a la magia de las mascaradas de Ituren y Zubieta?.
Son muchas las teorías y estudios realizados sobre los carnavales rurales, y especialmente sobre éste del valle de la regata del Ezkurra. Una teoría conocida es la que afirma que la misión de éste rito es la de despertar a la naturaleza, dormida en invierno, y propiciar su fecundidad, para ello utilizan los cencerros, y el hisopo con el que acarician la tierra siguiendo el ritmo al caminar. También pudieran tener un sentido de protección contra los malos espíritus. Existen muchísimas otras teorías basadas en ritos iniciáticos, en la costumbre de los pueblos de la zona de galopar por los bosques con cencerros en la cintura para ahuyentar a las fieras, hasta simples visitas de buena vecindad.

Nos encontramos ante una mascarada invernal, algo muy común en amplias zonas de Europa, desde Portugal hasta los Balcanes. Es curioso que en zonas del este de Europa, o en la localidad cántabra de Silió, se den mascaradas muy similares a las del valle del Ezkurra.
Lo cierto es que todo en estos carnavales, es mágico, hay algo especial que se respira en el ambiente, los Ioaldunak van sin prisa, concentrados en su tarea, conscientes de realizar un rito ancestral heredado directamente de sus antepasados.
La importancia que éste rito ha tenido tradicionalmente para los pobladores de la montaña navarra, queda demostrada en el hecho de que antiguamente, los Ioaldunak no podían quitarse los cencerros en los días que dura el carnaval, tenían que dormir boca abajo, y debido a la presión que ejercían sobre el cuerpo sólo se podían alimentar de caldo.

Actualmente esto no sucede, sin embargo cualquiera que se acerque a éstas localidades en su carnaval, podrá ver la importancia que tienen ser Ioaldun, padres e hijos comparten ésta condición, como posiblemente lo hicieron sus abuelos, y a juzgar por lo que allí se ve, lo harán sus nietos, al fin y al cabo y como dicen allí, nadie quiere dejar de ser Ioaldun.
Muchos elementos nos dan datos para múltiples interpretaciones, la piel de oveja, las plumas, el hisopo, los cencerros tan importantes en todo el ciclo invernal, las enaguas, el oso que despierta de su letargo invernal considerado, a pesar de su fiereza como protector de las aldeas y un animal directamente relacionado con la luna. Todo con un claro eje central desde mi punto de vista, la relación directa con la naturaleza. Es un rito que se pierde en lo más profundo de nuestra cultura, y que nunca conseguiremos descifrar completamente, y tal vez sea mejor así, pues de ésta manera seguirá manteniendo su magia.

Hemos vuelto a vivir, la emoción del carnaval, el eco de los cencerros acariciando bosques y montañas, regatos y valles, almas y corazones, ha vuelto a resonar en nuestro ser. Su energía nos alimenta, su encantamiento atávico nos acaricia, nos dejamos embaucar con su hechizo milenario, nos sumergimos en su misterio hecho de tradición de belleza, de magia.